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CUADERNOS DEL PERÚ por Arturo Ojeda

EL PROBLEMA CENTRAL DEL PERÚ.

En homenaje a los 25 años de Nueva Generación. 

Fue Alan García el que consagró la frase, allá por los años 80, “es necesario distinguir lo urgente de lo importante”. En el momento actual hay temas urgentes en la agenda política, pero los hay también temas importantes. A la urgencia hay que atenderla, pero a  lo importante también. Atacar lo importante te ayuda a prevenir la aparición de nuevas urgencias. Llevarse sólo por éstas te puede llevar a convertirte en un simple “bombero”, atendedor de “urgencias”. El nivel del político se mide por el volumen de asuntos urgentes e importantes que tiene en su agenda. Evidentemente, a mayores asuntos de importancia mayor es el nivel estratégico del gobernante.

Lo urgente en la hora actual es la subida de los precios, la amalgama narco-terrorista, la crisis del sistema educativo estatal.  Pero ¿qué es lo importante en el Perú de hoy? Lo importante es el tema en común que impulsa y mueve a los problemas nacionales. Algunos dirán, es importante abrir mercados a los productos nacionales, crecer económicamente; otros dirán, es importante mejorar las políticas sociales y aumentar las transferencias a los más pobres. Ambos enfoques constituye dos caras de una misma medalla, que encuentran en la economía el factor más importante en nuestro país.

Desde hace más de cuarenta años, por decir lo menos, las políticas de Estado se han centrado en temas económicos, desarrollistas específicamente, habiendo aplicado todo tipo de recetas, aunque siempre todas virando sobre el mismo eje. A pesar de ello, el país sigue envuelto en sus problemas crónicos y pendulares.

Frente a esta realidad, creo que es necesario revisar el método por el cual se ha identificado y afrontado “lo importante” en el país. Y es que considero que se ha confundido seriamente la forma con el fondo. Es decir nos hemos perdido con suma frecuencia en las ramas sin haber llegado al tronco. En otras palabras, se ha caminado mirando fijamente el piso sin mirar aunque sea furtivamente hacia el gran objetivo. Así como cuando se camina sin mirar hacia el frente se puede tener un accidente, eso es lo que ha ocurrido mayormente con el país, cuando perdió totalmente el sentido de su visión y rumbo.

LA SINTOMATOLOGÍA.

Cada día crece más la delincuencia, hoy leemos en las noticias que mayor número de pandillas juveniles se convierten en bandas de delincuentes. Se dirá entonces, hay que aumentar el número de efectivos policiales. Otros, dirán, hay que subir las penas de carcelería. Alguien más allá socarronamente dirá, y qué hay de los delincuentes de cuello y corbata, esos que te estafan, que te cobran intereses leoninos, o que simplemente roban los recursos del Estado. Y frente a todo eso, el ciudadano de a pie encuentra que cada día vive, como en la canción de Blades, en una “modernísima” jungla de cemento, donde “el vivo vive del sonso y el sonso de su trabajo”. Ese es el Perú desde hace más de 500 años, con maquillajes, con prótesis, pero sigue siendo el mismo.

Por supuesto que ha habido intentos por cambiar este estado de cosas, qué va! Desde la derecha hasta la izquierda, pero cada vez el “virus” ha trasmutado y resurgido más fuerte y poderoso, ocultando siempre su verdadera faz. ¿Dónde esta la solución entonces? Nunca se podrá negar la formulación y ejecución de alternativas de cambio, algunas muy acertadas, pero que se perdieron en el camino, lo que yo llamo instrumentalización.

La generación centenario visualizó con extraordinario acierto el problema central del Perú: la ausencia de Nación. Somos un país disgregado, desarticulado y ya desarraigado. Donde a las fracturas geográficas -como origen de alejamiento físico- se han sumado las diferencias étnicas, sociales y económicas. Y donde, lo peor,  en la más pequeña fracción territorial, la costa central, se ha ubicado y focalizado el poder total del país. Hasta aquí, cualquiera podrá decir, pero ahí está planteada justamente la llamada agenda del desarrollo nacional: la formación de un Estado, la descentralización, la integración por medio de vías de comunicación, el desarrollo de mercados, la ejecución de políticas de promoción social para la incorporación a los beneficios de la “sociedad moderna”, etc.  Todo muy bien, pero igual la delincuencia sigue creciendo, la pobreza es difícil de reducir, los especuladores vuelven al ataque, la vida salvaje no deja de crecer. Son estas circunstancias las que provocan la aparición de movimientos milenaristas,  que pugnan por el retorno a condiciones pre modernas de vida. Y su influencia y crecimiento no es pequeño. De una u otra forma son poder en Bolivia y Ecuador, tienen mucha influencia en América Central y ya comienzan a organizarse políticamente en Perú y Chile.

DIAGNÓSTICO.

Thomas Hobbes, con meridiana claridad, plantea que el hombre al vivir en estado de naturaleza se desenvuelve en situación salvaje y vulnerable, donde cada cual puede tomar lo que le plazca. En esta forma de vida, en la mente de los hombres (nos referimos al sentido amplio del término) hay una disposición a zanjar disputas no mediante la ley sino mediante el subterfugio y la violencia. Por esa ruta, cada quien hace lo que quiere, no importa el rumbo que se quiera imponer, sea desde el Estado, el mundo empresarial o el cúmulo de movimientos de la Sociedad Civil. Toda energía por eso termina perdida. Ese es justamente el Perú de estos tiempos, el mismo que viene así desde la Colonia. Esto en Sociología se le llama Anomia.  Y la anomia es una anomalía social, es una enfermedad de las sociedades. Que al igual que cualquiera otra enfermedad, no se cura sola, sino es con un tratamiento específico, multidisciplinario, transversal y de largo plazo.

¿Se da este tratamiento en el Perú de hoy? No observamos nada de ello. Se aplican recetas aisladas entre sí. Inversión por aquí, políticas sociales hacia allá, infraestructura acullá. Falta el eje tramitador que las una y esa es la visión global del problema del país, donde no hay Nación, que no es lo mismo que Estado Nacional, y lo nacional aquí no es sino un subterfugio que oculta la dominación del poder centralizado de la capital. La Nación es antes que nada producto de un sentimiento compartido, unificador de visiones, expectativas, formas de vida. Creer que el solo hecho de construir carreteras, repartir alimentos, fomentar industrias, contratar profesores, crea por sí solo un espíritu nacional es un error. Las partes montadas de un auto por sí solas no marchan, si no tienen la chispa del encendido. Hasta en la historia de Frankestein, al cuerpo muerto hubo que darle “vida” a través de la electricidad.

LA CHISPA DE LA VIDA.

Falta un espíritu que le dé vida a nuestra Nación. Y este no es un tema que sea ajeno a los grandes pensadores nacionales, está presente en todos ellos. Para Haya de la Torre fue el Frente Único de Clases Explotadas, cuya expresión política debía ser el aprismo. Para Mariátegui este lugar era ocupado por el Mito del Socialismo Indígena. Para las corrientes de derecha, esta función la cumple el Empresariado “moderno” y su instrumento es el Libre Mercado.

Lo importante en este momento, es encontrar la fórmula perfecta para darle “vida” -tetualmente ESPÍRITU- a nuestra Nación. Y así lograr que todo lo hecho no sea sólo una acumulación de cemento y actividades sin impacto profundo, sino convertirlos en el salto cualitativo que dé inicio a una sociedad integrada, unificada, hermanada dentro de sí. Sólo desde esta circunstancia se podrá pensar en una sociedad desarrollada y copartícipe de los beneficios de la globalización. Quienes ya están en ella, es porque lograron curar esa “enfermedad” de la cual nosotros deberíamos intentar salir. 

Lima, 25 de marzo de 2008

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