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CUADERNOS DEL PERÚ por Arturo Ojeda

ACERCA DEL PERRO DEL HORTELANO.

En un esclarecedor artículo, publicado sintomáticamente en El Comercio el domingo 28 de octubre, el presidente Alan García ha planteado lo que parece será el rumbo de su gobierno en los próximos años, el poner en valor los recursos naturales del país. Retomando las agudas críticas a las acriolladas costumbres de los grupos de poder, recordándonos a aquella vez que zahirió a los defensores del “palo encebado”, arremete contra quienes valiéndose de diverso tipo de argumentos se movilizan ahora, en ideas y personas, en contra de la inversión que sea capaz de transformar las riquezas naturales del Perú.

Los casos que cita mayormente son los precisos y adecuados. Le caen como anillo al dedo al que ha venido siendo el Perú formal. Empero, al lector no avisado se le puede escapar que las características que menciona corresponden a una sociedad criolla que felizmente está bastante en retirada, y que se refugia también en el ya mencionado, “si no lo hago yo que no lo haga nadie”. Es un poco la herencia de la nefasta envidia y piconería criolla que primó en la Lima virreinal y post independencia, y que nos hiciera conocer tan bien don Ricardo Palma en Las Tradiciones Peruanas. Ese mismo tipo de síndrome fue el que llevó a los criollos del virreinato a no apoyar la revolución independentista de Túpac Amaru, todo porque no era “su” revolución, y cuando la obtuvieron fue para “ellos” y no para el resto de peruanos.

¿Por qué es importante esta precisión, que nos ayuda a identificar como un científico al fenómeno, en este caso, social?  Porque un mal diagnóstico nos puede llevar al error en la prescripción del tratamiento de cura.

El Perú no es una unidad. Todos sabemos que el Perú es multiétnico y multicultural, pero en esa variedad han sido los criollos los que han gobernado este país históricamente. Y, no necesariamente porque todos los gobernantes tuvieran el mismo color de piel, que no fue así, sino porque supieron imponer una “dictadura” cultural (recuérdese que la oligarquía se enfrentó al aprismo entre otras cosas porque era el verdadero partido de los “cholos”). Luego, no puede atribuirse a todos los peruanos el hecho de que no sepamos transformar nuestras riquezas o ponerlas en valor.

¿La Maca o la Kiwicha no fueron redescubiertas y puestos en el mercado mundial por empresarios peruanos? ¿El emporio productivo y comercial de Gamarra no fue iniciado acaso primero por pequeños productores mayormente andinos? ¿Esta mega ciudad que es ahora Lima no ha sido construida acaso por migrantes provincianos en épocas en que el Estado casi no existía para ellos y mucho menos la gran inversión privada? Y así podríamos citar decenas de casos de ciudadanos emprendedores que demuestran la verdadera vena interna de nuestro país.

Para quienes siempre hemos sabido que el aprismo no es estatista, porque fuimos formados ideológica y doctrinariamente por el propio Haya de la Torre, nos regocija el que se reclame la mayor participación de la inversión privada, pero que sea en asociación con lo nuestro.

Está muy bien bregar por “poner en valor los recursos”, pero sería mucho mejor si empezáramos a desarrollar las capacidades de nuestras gentes. El mejor capital de un país, y ahora que tanto se habla de él, no está en sus bienes, está en su gente. Eso lo supo Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Japón, Corea, Chile (nuestro enriquecido vecino que genera envidia positiva al ver el nivel de conocimientos de su gente).

Por otro lado, es cierto,  para dar más educación es imperativo tener las arcas del Estado llenas. ¿Pero por quienes han estado históricamente vacías (porque éste no ha sido un problema de reciente data)? No fue acaso por los grupos criollos que nos gobernaron?

Como suele decir, Miguel Cameo, un viejo líder artesano, los peruanos no somos el problema, los peruanos somos la solución. Porque los peruanos y en especial los peruanos que sí se sienten como tales, no se llevan su riqueza al exterior, la reinvierten en su patria, la retornan a su país, como lo hacen los miles de compatriotas que ahora viven en el exterior pero que ajustándose en sus vidas, venciendo el egoísmo consumista, lo envían a la familia en su país.

Meses atrás, Hernando de Soto, enarboló la premisa de construir un “TLC hacia adentro”. Considerando la riqueza milenaria de nuestra cultura, ahora  concentrada en el capital humano y social inmenso que tiene el Perú, y las frustraciones que también hemos vivido en etapas de florecimiento económico como el actual, deberíamos de trabajar también el contenido de esa propuesta, no olvidando por supuesto la obligación de fortalecer y priorizar las políticas sociales.

Lo que los peruanos queremos y exigimos desde antes de la propia independencia es la liberación de las energías escondidas y reprimidas de nuestro país, estando en capacidad de asociarnos con el capital extranjero, en joint ventures, inversiones conjuntas, con las cuales podamos compartir gestión y propiedad material e intelectual (¿Acaso hay sólo una Buenaventura capaz de aliarse con una Newmont en una Yanacocha?), porque al final de cuentas, el capital extranjero siempre se irá y nosotros siempre nos quedaremos.

Lima, 31 de octubre del 2007


Arturo Ojeda S.
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